BUBONIS

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viernes, 18 de enero de 2013

LA SONRISA DE LAS MUJERES


En París, de vez en cuando, llueve a cántaros y sopla el viento del norte tan fuerte que parece no haber resquicio donde refugiarse. Como cuando las borrascas llegan al corazón y no sabemos cómo ni dónde esperar a que escampe.Para Aurélie las casualidades no existen. Una tarde, más triste que nunca, se refugia en una librería y en un libro. Arrebujada en sus páginas, Aurélie reencuentra la sonrisa que creía haber perdido para siempre. Y muchas cosas más.«Su libro me ha encantado, me ha entusiasmado, me ha hecho reír, y es sencillo y está lleno de sabiduría al mismo tiempo. En una palabra: su libro me hizo feliz»EL LIBRO QUE ESTÁ ENAMORANDO A EUROPA«No regale flores el día de San Valentín, sino La sonrisa de las mujeres. Una estupenda combinación de Cyrano de Bergerac, Chocolat y Contra el viento del norte»Brigitte«Una novela increíblemente divertida, seductora y romántica» Christine Westermann«Novela mágica y divertida acerca del amor en París y de todos sus callejones sin salida»Berliner Kurier«Encantadora y llena de amor».Zuhause wohnen«Su lectura te hace feliz».Neue Ruhr Zeitung


Nicolas Barreau (París, 1980), de madre alemana y padre francés, estudió lenguas románicas y literatura en la Sorbona. Durante un tiempo trabajó en una librería de la Rive Gauche hasta que finalmente se dedicó a escribir.

Le encantan los restaurantes y la cocina, cree en el destino, es muy tímido y reservado y, al igual que al escritor protagonista de La sonrisa de las mujeres, no le gusta aparecer en público.

Sus tres novelas, publicadas originalmente por una pequeña editorial alemana, han conseguido un gran éxito, especialmente La sonrisa de las mujeres, que se ha convertido en un verdadero fenómeno editorial en Alemania y en Italia.




Fragmentos significativos de esta hermosa novela:

...

Fue el paseo más largo de mi vida. Al cabo de un rato desaparecieron las tiendas de moda y los restaurantes que había de izquierda a derecha del bulevar y se convirtieron en tiendas de muebles y de instalaciones de cuadros de baño, y luego desaparecieron también éstas, y yo seguí mi solitario camino bajo la lluvia frente a las fachadas de piedra de las enormes casas color arena, que no ofrecían mucha distracción a la vista y proporcionaban una estoica tranquilidad a mis confusos pensamientos y sentimientos.
Al final del bulevar, que desemboca en el Quai d`Orsay, torcí a la derecha y crucé el Sena en dirección a la Place de la Concorde. El obelisco se alzaba como un dedo índice en el centro de la plaza y me pareció que todo su esplendor egipcio no tenía nada que ver con los miles de pequeños coches que lo rodeaban apresuradamente.
Cuando se es desgraciado, o no se ve nada y el mundo carece de importancia, o se ven las cosas demasiado bien y todo adquiere de pronto un significado. Incluso algo tan banal como un semáforo que cambia de rojo a verde puede decidir si se va a la derecha o a la izquierda.
Y así paseaba yo pocos minutos más tarde por las Tullerías, una pequeña figura solitaria bajo un paraguas de lunares que se desplazaba despacio y con ligeros movimientos arriba y abajo por el parque vacío, abandonaba éste en dirección al Louvre, avanzaba a lo largo de la orilla derecha del Sena al atardecer, dejando atrás la Íle de la Cité, Notre-Dame, las luces de la ciudad que se iban encendiendo poco a poco, hasta que por fin se detuvo en el pequeño pont Louis-Philippe, que le lleva a la Íle Saint-Louis.

El color azul oscuro del cielo cubría París como un trozo de terciopelo. Era poco antes de las seis, la lluvia iba cesando lentamente, y me apoyé algo cansada en el petril del viejo puente y me quedé mirando el Sena con aire pensativo. Las farolas se reflejaban temblando y brillando en el agua oscura…algo mágico y delicado como todo lo bello.

...


Aceleré mis pasos, echando casi a correr, y abrí la puerta de la primera tienda en la que vi luz. Era una pequeña librería y cuando entré en ella tropezando no podía imaginar que ese paso iba a cambiar mi vida para siempre.

En un primer momento pensé que la librería estaba vacía. En realidad, se encontraba tan llena de libros, estanterías y mesitas que no vi al dueño, que se hallaba al fondo de la tienda, con la cabeza inclinada sobre un viejo mostrador en el que también se amontonaban volúmenes en audaces formaciones. Estaba absorto en un libro de fotografías y pasaba las páginas con sumo cuidado. Parecía tan a gusto allí, con su pelo plateado y rizado y sus gafas de media luna, que no me atreví a molestarle. Me quedé quieta en ese nido de calor y luz amarilla, y mi corazón empezó a latir más despacio. Me arriesqué a echar una cauta mirada al exterior. Delante del escaparate, en el que estaba escrito con letras doradas algo despintadas, ^LIBRAIRIE CAPRICORNE PASCAL FERMIER^, vi a mi ángel de la guarda mirar los libros con interés.
Solté un suspiro sin querer y el viejo librero levantó la vista de su libro y me miró sorprendido antes de subirse las gafas.


En el libro envuelto también en papel naranja que yo apretaba contra mi pecho como si fuera un valioso tesoro aparecía ya en primera página una frase que me desconcertó, me intrigó, me electrizó.

La historia que quisiera contar comienza con una sonrisa. 
Y acaba en un pequeño restaurante con el sugerente nombre
 Le Temps des Cerises, que se encuentra en Saint-Germain-des-Près,
 allí donde late el corazón de París.

...


Estimado Robert Miller:
                                         Esta noche me ha quitado usted el sueño y quiero darle las gracias por ello. Acabo de leer su libro La sonrisa de las mujeres. ¿Qué digo leer? He devorado esta novela tan maravillosa que cayó en mis manos por casualidad ayer por la tarde (se puede decir que cuando huía de la policía) en una pequeña librería. Con esto quiero decir que no buscaba su libro. Mi gran pasión es la cocina., no la lectura. Normalmente. Pero su libro me ha encantado, me ha entusiasmado, me ha hecho reír, y es sencillo y está lleno de sabiduría al mismo tiempo. En una palabra: su libro me hizo feliz un día en el que yo me sentía más desgraciada que nunca (penas de amor, visión pesimista de la vida), y el hecho de que yo encontrara su libro justo en ese momento (¿o fue su libro el que me encontró a mí?) fue para mí una suerte.
Es posible que todo esto le resulte muy extraño, pero cuando leí la primera frase supe que esa novela iba a significar mucho para mí. No creo en las casualidades.
Estimado Monsieur Miller, antes que piense que soy una loca debe saber un par de cosas.
El Temps des Cerises que aparece varias veces en su libro y que usted describe con tanto cariño es mi restaurante. Y su Sophie soy yo. La similitud es sorprendente, y si observa la foto que le adjunto entenderá a qué me refiero.
No sé cómo encaja todo esto, pero me pregunto si nos hemos visto alguna vez. No lo recuerdo. Usted es un escritor inglés de éxito, yo una cocinera francesa de un restaurante no muy conocido de París. ¿Dónde han podido cruzarse nuestros caminos?
Cómo podrá comprender, todas estas “casualidades”, que de algún modo no pueden ser tales, no me dejan tranquila.
Le escribo con la esperanza de que usted pueda darme alguna explicación. Por desgracia, no tengo su dirección y sólo puedo ponerme en contacto con usted a través de la editorial. Para mí sería un honor poder invitar a una comida preparada por mí en Le Temps des Cerises al hombre que escribe libros así y al que considero que debo tanto.
Según deduzco de la reseña sobre usted que aparece en el libro (y también de su novela), usted adora París, y he pensado que a lo mejor viene por aquí con frecuencia. Me encantaría que pudiéramos conocernos personalmente. Y a lo mejor se desvelas algunos enigmas.
Supongo que desde que ha escrito su libro recibirá muchas cartas de admiración y que no tendrá tiempo de contestar a todos sus lectores. Pero yo no soy un lector cualquiera, en eso tiene que creerme. La sonrisa de las mujeres ha sido un libro muy especial para mí en todos los sentidos. Y es una mezcla de profunda gratitud, gran admiración e impaciente curiosidad lo que me ha hecho escribirle esta carta. Me alegraría mucho recibir una respuesta por su parte, y me encantaría que aceptara la invitación a cenar Le Temps des Cerses.


Con mis más cordiales saludos.
Aurélie Bredin

PD: la primera vez que escribo a un autor. Y tampoco suelo invitar a desconocidos a comer                                                                                                                                                                                   , pero creo que mi carta estará en buenas manos con usted, a quien considero como un gentelman inglés.







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